Cuenta Don Américo, que allá por el año 1947 ó 1948, no puede recordarlo bien, en su Coronda natal, provincia de Santa Fé, había un gran danés que pertenecía a Don Julio, el almacenero del pueblo. Este perro era muy querido por todos, andaba siempre deambulando por ahí con el cansancio característico de la raza, con el caminar pausado y desinteresado propio de más de un integrante de la comunidad. Cuenta que se llamaba Betún, o por lo menos así le decía todo el mundo porque de tanto andar entre los talleres del ferrocarril siempre estaba untado en grasa. Y el dueño, tal vez un poco por vagancia y otro poco por desidia, nunca se había encargado de corregir a la gente, y dejaba que lo llamaran así, encariñado a la fuerza con un apodo más que acertado.
Cuenta también, que Betún tenía una personalidad muy particular, que no prestaba mucha atención a lo que pasara a su alrededor y que tampoco se dejaba interrumpir en sus lerdos paseos, por mas inoportunos que estos fueran. Casualmente fué esta cualidad la que motivó la anécdota que hoy relato.
En la Argentina de esas épocas, había un grupo de locos que se dedicaba a recorrer las incipientes rutas a bordo de máquinas infernales en una competencia que en nuestros días sigue vigente, aunque de esa pasion irrefrenable hoy solo conserva el nombre. Y dentro de ese grupo de locos, había uno en particular del cual la gente ya empezaba a hablar. Cuenta don Américo que los hermanos Galvez solían decir que Juan Manuel ganaba porque tenía 10km/h de ventaja ‘pero no en el motor, sino acá…’, decían el unísono, mientras se señalaban las muñecas. Y es que esos intrépidos caballeros, se subían a sus cupecitas de 6 cilindros y 90 caballos sin más protección que un gorro de cuero y un par de lentes para frenar el viento y la tierra, desconociendo por completo controles de estabilidad, frenos a discos o efecto suelo.
Don Américo habrá tenido unos 18 años. Y como en el pueblo las emociones escaseaban, el paso del turismo carretera por la ruta 11 generaba grandes expectativas. El y un grupo de amigos, habían tomado posesión de las plateas, es decir de la ramas de los añejos carolinos al costado de la ruta, para ver pasar casi debajo de sus pies el chevrolet ’39 de un tal Fangio echando chispas a 160km/h. Por incovenientes técnicos varios, Juan Manuel venía bastante retrasado desde el norte, por lo que a la altura de Santa Fe corría arriesgando todo para tratar de recortar distancia a los punteros.
Cuando ya empezaba a levantarse el polvo y agitarse los árboles, apareció de la nada Betún. Con su paz interior de siempre, comenzó muy despacito a cruzar la ruta, ante la atónita mirada de los espectadores, que ya miraban al horizonte para ver aparecer al más grande del automovilismo de todos los tiempos, con las cuatro ruedas apenas rozando el suelo. En vano fueron los gritos de Don Américo y sus compadres intentando hacer mover al perro, que como amo y señor de esos territorios, ininmutable prosiguió su andar. Cuando lo previsible se volvió inevitable, y los gritos se habían transformado en dientes apretados, Betún giró su cara hacia el chirrido de unos frenos a tambor que no tenían la suficiente potencia para frenar la tragedia. Juan Manuel volanteó con suma destreza, aunque no logró evadirlo del todo y lo embistió de refilón, provocando el primer y único aullido que se le conoció en el pueblo al pobre perro, que contra todo pronóstico, un rato más tarde estaba de pie como si nada le hubiera sucedido.
No corrió la misma suerte la cupecita de Juan Manuel, que a causa del golpe pinchó el radiador y tuvo que abandonar unos kilometros más adelante, cuando el castigado motor comenzó a calentar. Enojado, anduvo preguntando por cada rincón quien era el dueño de ese perro inmundo que le había truncado las chances de ganar la ‘vuelta de la republica’, pero ni Don Julio ni mucho menos nadie del pueblo se hizo cargo del pobre Betún, que a partir de esa fecha se convirtió en un personaje tragicómico, bastante resistido por todos y abandonado a la buena de Dios. Sintiéndose rechazado, el can enfiló rumbo al norte, despacito a paso cansado, para nunca más volver.
Cuentan en Coronda, que cuando la gente pasa por debajo de los Carolinos sobre la ruta 11, todavía puede escucharse los aullidos desesperados del alma en pena de Betún, que aun deambula por esos lares. Y que, por las dudas, todos aminoran un poquito la velocidad….